Durante la gran mayoría de los 10.000 años del Holoceno, época geológica interglaciar en la que vivimos, el impacto en el medio ambiente de las actividades humanas se mantuvo constante e insignificante frente a otros determinantes naturales. Sin embargo, hace unos 150 años sucedió algo que catapultó este impacto hasta ser un determinante de primer orden: descubrimos los combustibles fósiles y su potencial como recurso energético. Más que cualquier otro progreso tecnológico, es esa disponibilidad masiva de energía la que nos ha permitido construir el mundo tal cual como lo conocemos hoy.
Ahora bien, lo que hemos logrado en los últimos 150 años de industrialización “fósil” ha tenido una contrapartida: la combustión de las tres principales fuentes de energía fósil del mundo – petróleo, carbón y gas natural – ha liberado un total acumulado de alrededor de 2.000 billones de toneladas de dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera.
La investigación científica climática, centralizada por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), ha demostrado que la cantidad de dióxido de carbono que hemos acumulado en la atmósfera está linealmente correlacionada con el aumento de la temperatura promedio de la tierra. Dicho de otro modo, una determinada cantidad de emisiones determina una variación de temperatura global. Por ejemplo, las más de 2.000 billones de toneladas de CO2 ya emitidas indujeron un aumento de la temperatura de la tierra de alrededor de 1°C en comparación con la época preindustrial. Este factor de calentamiento global es el que está cambiando el clima del planeta a un ritmo nunca visto.
Sin embargo, lo interesante de esta relación de proporcionalidad entre emisiones y variación de temperatura es que podemos hacer el ejercicio en sentido inverso: fijamos una variación de temperatura y determinamos las emisiones correspondientes.
Los climatólogos han recomendado que la variación de temperatura global debe permanecer por debajo de 2°C para finales de siglo, en comparación con los tiempos preindustriales. Podemos entonces usar la relación de proporcionalidad para determinar la cantidad de emisiones que corresponden a esos 2°C. Esta cantidad se sitúa en 3.000 billones de toneladas de CO2, de los cuales, como ya hemos explicado, 2.000 billones ya han sido emitidas.
Esto fija nuestro presupuesto de CO2 en algo menos de 1.000 billones de toneladas de CO2. En otras palabras, tenemos poco menos de 1,000 billones de toneladas de crédito de CO2 restante para los 79 años que restan del siglo XXI.
Si bien las implicaciones de un aumento de 2⁰C son difíciles de evaluar con precisión, el pasado puede ayudarnos a comprender la magnitud de lo que esto representaría para nuestro planeta. Desde el comienzo del último período interglaciar hasta la actualidad, la temperatura global del planeta aumentó "solo" 5°C. Una variación de 5°C es lo que separa nuestro mundo actual del mundo de la última era de hielo hace 20.000 años.
Es fácil entonces entender que un aumento de temperatura extra de algunos pocos grados tendría consecuencias que sobrepasan lo imaginable. Para dar una idea del ritmo del calentamiento actual, es interesante notar que la última glaciación del planeta se produjo a lo largo de 10 mil años; es decir, que los 5°C de aumento fueron “diluidos” a razón de 0.05°C por siglo. En comparación, un aumento de 2°C en 2100 significaría multiplicar la velocidad de ese proceso por un factor de 20.
En líneas generales, hemos dejado planteada la escala, magnitud y espacio temporal del desafío. Un desafío con el que los gobiernos, reguladores, inversores y actores económicos están cada vez más en sintonía. Es en el marco de este desafío que se inscriben, por ejemplo, la inversión socialmente responsable, así como los factores medioambientales, sociales y de gobierno corporativo (ESG).
Pero, ¿cómo pueden reaccionar las sociedades? – Esencialmente, como sociedad tenemos dos palancas principales para afrontar el desajuste climático: la adaptación y la mitigación.
La adaptación se refiere a adaptarse a los eventos climáticos para moderar el daño y aprovechar oportunidades. Incluye toda la gama de actividades (de gestión, tecnológicas, institucionales, de inversión, transferencia de riesgos, entre otras) diseñadas para alentar a la sociedad a hacer frente y desarrollar resiliencia a los patrones climáticos cambiantes.
Por otro lado, la mitigación es la intervención humana para descarbonizar la economía reduciendo las emisiones de CO2, limitando así el aumento de temperatura. Esta descarbonización de la economía tiene como punto cúlmine la famosa neutralidad carbono.
El arte de gestionar un riesgo climático eficaz deberá pues equilibrar los costos y beneficios entre la adaptación (a un clima cambiante) y la mitigación (la gestión nuestra descarbonización). En esta época geológica marcada a fuego por la actividad humana, la gestión del riesgo climático y el balance entre adaptación y mitigación es el hilo conductor que permitirá mantenernos a flote.
En Willis Towers Watson, hemos dedicado esfuerzos para hablar activamente de esta problemática y aportar desde nuestra perspectiva a todos los frentes para combatir el aumento de temperatura en el planeta.
Con un equipo global de Clima y Resiliencia, queremos ayudar a los gobiernos, las instituciones y los organismos de control a nivel mundial para facilitar la adaptación y mitigación de los riesgos, que nos garantice un futuro más sostenible para nuestra sociedad. Por esto, queremos invitarlos a sumarse a nuestros esfuerzos, conversar con nosotros sobre gestión de riesgos y descubrir cómo podemos ayudar a garantizar un futuro para todos.