Todas las operaciones financieras tienen sus riesgos. En su correcta evaluación y en la puesta en marcha de medidas para minimizarlos reside buena parte de las probabilidades de éxito de dicha operación. Uno de los principales riesgos es el riesgo de crédito o riesgo crediticio. ¿De qué estamos hablando exactamente y, más importante aún, qué podemos hacer para gestionarlo y controlarlo?
El riesgo de crédito hace referencia a las probabilidades de que una empresa sufra pérdidas como consecuencia de un impago de la contrapartida en una operación financiera. Es decir, es una forma de medir las probabilidades que tiene un deudor de cumplir con sus obligaciones de pago frente a un acreedor o, dicho de forma más sencilla, es el riesgo de que la persona o empresa a la que se le haya prestado dinero no pague lo adeudado.
Así, el riesgo crediticio refleja la probabilidad de que una de las partes del contrato financiero incumpla sus obligaciones por diferentes motivos, como pueden ser la insolvencia, y genere una pérdida financiera en la otra parte. Aunque suele relacionarse con bancos y entidades del sector financiero, el riesgo de crédito también afecta a empresas de todos los tamaños y otros organismos.
En función del enfoque a través del que se analicen, existen diferentes tipos de riesgo crediticio. Por ejemplo, si analizamos el riesgo en base al agente que lo soporta, podemos hablar de riesgo crediticio soportado por particulares (cuando depositan o prestan su dinero), soportado por empresas (cuando, por ejemplo, venden a plazos) o soportado por instituciones financieras frente a particulares o frente a empresas.
Cuando se habla de riesgos crediticios desde el punto de vista de las entidades financieras se suele hacer referencia a cuatro tipos de riesgos:
A lo largo de los años, han existido diferentes enfoques de cálculo del riesgo crediticio que han ido avanzando hacia aproximaciones estadístico–financieras más precisas. Así, en función del escenario a analizar, se pueden usar métodos cuantitativos como el scoring (que valora los datos históricos del emisor) o métodos cuantitativos-cualitativos como el rating (que también incluyen previsiones a futuro).
A la hora de calcular el riesgo crediticio, el Comité de Supervisión Bancaria de Basilea es una de las instituciones de referencia, ya que lleva desde finales de los años 80 del siglo XX afinando el cálculo de los riesgos a los que se enfrenta el sistema bancario. Este comité ha desarrollado diferentes métodos de cálculo del riesgo de crédito, pero uno de los más utilizados a nivel bancario es el que parte de la pérdida esperada (EP).
Según este, la pérdida esperada es igual a PD x EAD x LGD. En esta fórmula PD hace referencia a la probabilidad de default (que el prestador no cumpla con sus obligaciones contractuales), EAD es la exposición a default (el valor de la posición en el momento del default) y LGD es la pérdida en caso de incumplimiento de las obligaciones contractuales.
Como sucede con el resto de riesgos, gestionar y minimizar el riesgo crediticio de una operación pasa por analizar en detalle la viabilidad financiera de la misma y la capacidad de pago de los deudores o los clientes. Este trabajo de análisis conlleva desde la comprobación de la documentación del deudor hasta el estudio de la liquidez y los activos del mismo para delimitar su capacidad financiera.
Aun así, el riesgo siempre estará ahí, por lo que siempre es aconsejable minimizar los impactos de un posible impago mediante la contratación de un seguro de riesgo crediticio que cubra las pérdidas potenciales para la empresa y participe del análisis de la viabilidad de la operación y la solvencia del cliente. Este tipo de seguros suelen ofrecer coberturas flexibles en función del tipo de operación y las características de la empresa que lo contrata.